La historia del abanico no es tan antigua como se pudiera pensar en un principio. Abanicarse con los más diversos materiales como plumas, hojas…- no dió lugar al abanico actual hasta una relativa reciente creación. Aunque existían elementos para echarse aire el abanico de cierre y varillas que se conoce actualmente se remonta apenas a 5 siglos atrás.
Hay muchos indicios tanto en la cultura egipcia como en la griega sobre la existencia de elementos para ‘abanicarse’, como el conocido paipai de una sola hoja rígida con una empuñadura, y de gran variedad en formas y tamaños. Ya en la tumba de Tutankamón se depositaron, como parte del ajuar del faraón, dos abanicos con mango de metales preciosos. Pero el abanico, tal y como lo conocemos tardará más tiempo en llegar a la sociedad.
El abanico es un instrumento que sirve para mover el aire de forma sencilla y facilitar el fresco cuando la temperatura es calurosa. Su funcionamiento consiste en agitarlo armoniosamente con el brazo.
Se cree que por el siglo XV los abanicos llegaron a China desde Corea. Los grandes «viajeros» los trajeron a Portugal, España e Italia.
Dos leyendas sitúan el origen o la invención del abanico en el Lejano oriente. Una de ellas cuenta que, durante la festividad de las antorchas, la bella Kau-Si, hija de un mandarín, sofocada por el calor se quitó el antifaz que preservaba su intimidad, y con gesto nervioso y energía singular lo agitó ante su nariz llegando a formar una cortina que, además de lograr que su rostro siguiera invisible para los curiosos -por estar prohibida su visión a los hombres-, refrescó el aire que la circundaba; el gesto atrevido, pero inteligente, fue imitado por el resto de las damas que la acompañaban, para general alivio.
La otra leyenda llega de Japón y hace referencia más técnica al origen del abanico plegable. Ocurrió una noche calurosa en el hogar de un humilde artesano de abanicos, cuando un murciélago que entró por la ventana abierta fue a estrellarse contra la llama de un candil cuando el hombre lo trataba de espantar acuciado por su asustada mujer. Al día siguiente, la curiosidad del artesano le llevó a imitar las membranas plegables de las alas del murciélago en la elaboración de un abanico. Sea cierto o no tal origen, los más antiguos abanicos plegables japoneses se llaman «komori», en japonés «murciélago».
Según recientes estudios se cree que los primeros abanicos plegables fueron introducidos en Europa por los Jesuítas. Catalina de Médicis los introdujo en Francia.
En el siglo XVIII el artesano francés Eugenio Prost lo instaló en España compitiendo con los franceses e italianos. Ese mismo siglo se crea el Gremio de Abaniqueros y a principios del siglo XIX se funda la Real Fábrica de Abanicos.
La época de máximo esplendor fue durante los reinados de Luis XIV y Luis XV, en donde eran complemento indispensable en el vestuario de una gran señora. Se utilizaban materiales de lujo, como piedras preciosas, tafetán de Florencia, oro y metales preciosos. En el siglo XVII hacen su aparición en Inglaterra, pero el varillaje estaba sujeto a un mango rígido. Eran de gran tamaño, y adornados con motivos diversos, pintados por artistas de renombre.
El abanico tuvo su gran época de esplendor como lenguaje de comunicación invisible y discreto con el que se podían expresar sentimientos.
En la actualidad, el abanico ha pasado a ser un complemento de moda al alcance de cualquiera.
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